Sunday, May 30, 2010

Perspective

Yesterday I met an Argentine woman who worked for a while in a hostel in El Calafate, a small town in the deep south of Patagonia. Even though El Calafate is so small that it doesn't have a movie theater, it attracts tourists by the busload because of the spectacular views of the glaciars:


As part of the conversation (in which I participated very enthusiastically, since I'm planning on visiting la Patagonia soon), I asked her which groups of people would pass through the hostel. Depends on the season, she said, and continued to describe the tourist seasons with seasoned experience. Brazilians, Uruguayans, and Chileans all the time; Israelis in the spring; Europeans in the summer, generally, etc., etc.

One of the biggest groups was the Spanish. Apparently they can take a full year of paid vacation, so many of them decide to take world tours in that time. (This is such an outlandish benefit that as I'm writing this I'm worried that I heard wrong.) The most annoying thing, she said, was how the Spanish kept on asking at the hostel if they had any discounts—not because they were poor (since, after all, they came with Euros, which were at least 5 to 1 here), but because they were taking such a long, grand trip that they wanted to make the money last. Little did they realize that the person from whom they were requesting a discount had a hard enough time making a good wage at the job they have, let alone taking a year off like that to travel the world.

This story reminded me of a saying: "I used to complain that I had no shoes, until I met a man who had no legs."

Monday, May 17, 2010

Cuando cerraban la puerta

Este es un cuento corto que escribí para mi clase de literatura. Sugerencias o cualquier feedback de forma constructiva son muy bienvenidos.

Es frustrante cuanto los padres desconocen del mundo. Les tienes que explicar todo, y aún entonces no te creen. Cada noche, cuando me apagaban las luces, les explicaba, más racionalmente como podía, la situación:

—Cuando me cierres la puerta van a salir monstruos, y me van a querer comer.

—No seas ridículo.

—Mamá

—Tu madre tiene razón. Eres perfectamente seguro.

—Papá

—Se acabó el asunto. Duerme bien, mañana tienes escuela.

Así, con un suspiro, mientras cerraban la puerta, yo ponía mente de guerrero. Mi cama quedaba justo en el centro del cuarto, como una fortaleza en una península rodeada en tres lados por la oscuridad. Normalmente les tomaba un minuto o dos para darse cuenta de que me tenían a solas; y cuando se dieran cuenta, salían. Del armario, del estante, de la alfombra, se veían dientes brillantes y ojos rojos y amarillos saliendo de las sombras—las únicas cosas, además de un frío visceral, que delataban una presencia ajena.

Debajo de mi almohada siempre tenía guardada una espada de plástico. Era justo lo que necesitaba porque el plástico mata a los monstruos. Al verla, reflejando la luz de la luna y de sus ojos, se quedaban en sus rincones. Porque los monstruos, aun por ser monstruos, no son brutos.

Este era el tema cuando tenía ocho años, pero no siempre era tan fácil. La primera vez que vi los dientes y los ojos era también la primera vez que pasé la noche en mi propio cuarto, y lloré y grité de tanto miedo que tuvieron que volver mis padres. Cuando abrieron la puerta, por supuesto desaparecieron los monstruos, porque son monstruos y no ladrones, y así se estableció mi locura.1

Justo cuando cerraron la puerta otra vez, los monstruos volvieron a salir. Salían y empezaban a cercarme, con tanta hambre, dejando una senda de baba. En vano me hundí en las sábanas y me hubieran comido, porque estaban casi encima, si no fuera que por mis gritos mis padres volvieron y abrieron la puerta y permitieron que pasara la noche con ellos.2

Se les había recomendado a mis padres que instalaran un night light en mi cuarto, pero como con todo el tema de los monstruos, éste tampoco pude explicar. Les dije que por ser la luz del enchufe y no la de la llave de luz, los monstruos saldrían igual. Mi padre me respondió diciendo que no iba a volver, no importa cuánto gritara, y yo sabía que seguramente cumpliría.3 Ignorando mis protestas, mis padres se fueron.

Algunos son valientes naturalmente, pero para la mayoría, como yo, son valientes porque las circunstancias nos obligan. Yo no estaba dispuesto a morir: todavía tenía mucho para lograr. Por ejemplo, estaba justo en el medio de construir la torre de Lego más alta y más impresionante del mundo, y me gustaba mucho jugar con mis amigos o leer libros. Por todo esto tomé coraje:

— ¡Yo sé que están y yo no les tengo miedo!

Mi ropa estaba empapada de sudor y mi corazón me ahogaba en la garganta.

— ¡Vengan, yo no les tengo miedo!

Me puse de pie en mi cama, pensando frenéticamente. Mis ojos recorrieron el cuarto. Empezaron a cercarme.

— ¡Mamá! ¡Papá!

De lejos: “¡Cállate!”

Corrí para la puerta pero una mano me agarró la pierna y me caí. Luchando con la mano, giré para liberarme, pero en la oscuridad sólo vi los dientes y los ojos, redondos como los de una araña, clavándome con su mirada penetrante. Intenté pegarle a la mano que me agarraba pero no la podía encontrar. Parecía de sombra, de la misma noche, una parte de la densidad opresiva de la oscuridad. Yo golpeaba, daba patadas en todas direcciones, pero no daba con nada—y de repente un dolor tremendo en el costado, ya sólo vi la mitad de los dientes, y en la luz de la luna se veía que a la plata tradicional se sumaba un brochazo de rojo vivo, y los ojos rojos y amarillos corriendo, corriendo por mi cuerpo, y yo golpeando y sollozando.

Me desperté en el suelo, a metros de la puerta, con un dolor atroz en el costado y la fuerza chupada de todos mis músculos. Todo el resto del día quedé como un somnámbulo. En la escuela sólo oía el ruido de los dientes rechinando y entre mis Legos sólo veía los ojos, mirándome. Intenté salir de allí, pero mis padres no me hicieron caso. Era mi suerte que ellos creyeran en el amor duro.

Pasé la noche siguiente como un cordero sacrificial.4 Y la noche siguiente y la noche siguiente. Cada vez que me despertaba a la mañana me sentía más y más débil. Creo que me hubiera muerto si no hubiera descubierto la espada. Fue por pura casualidad. Estaba luchando, como siempre, porque aunque ya sabía qué era mi destino, como el fin de una obra teatral que un actor vuelve a repetir todas las noches, mi fuerza vital no me permitía que me vencieran sin una lucha. Así, una noche mi mano se encontró con la espada de plástico, que me había regalado mi abuelo de la feria, y tan pronto como di mi primera cuchillada sentí que me soltaban y oí un viento mientras todos los dientes y ojos se huían para los rincones. Allí quedaron, aún con hambre, pero ya con miedo también.

Nunca me había sentido mejor.

Ya tengo mi rutina y los monstruos la suya. Me imagino que esto va a continuar hasta que yo me pudra también, y me olvide de todo, y me haga un adulto como mi padre, 5 quien estará preguntándose como es que su hijo resultó ser uno de los más cobardes que ha visto en toda la vida.



1 No me gustan los psicólogos.

2 Una de las grandes injusticias del mundo es que los monstruos tienen una predilección para el sabor de niños y no de adultos. Supuestamente, los adultos saben a podrido.

3 Mi padre siempre cumplía, aun si le llevara a la muerte. Era una locura que heredó de su propio padre. Siempre me decía: “No cumplir es peor que morir.”

4 Por supuesto, los monstruos, como los humanos, tienen hambre todas las noches.

5 El destino fatal, se dice.

Friday, May 14, 2010

What David Foster Wallace Circled In His Dictionary

The Harry Ransom Center at the University of Texas, Austin has compiled a complete list of the words DFW circled in his copy of the American Heritage Dictionary. Wallace scholars are of course using this list to glean some more insight into his mind and work, but I just enjoy birdwatching all these rare and exotic words that somehow show up in the English language:

http://www.slate.com/id/2250784/

Enjoy! No matter how well-read you are, I promise you'll learn at least a new word or two.

Sunday, May 9, 2010

The Supermarket

When I need humbling I go
to the supermarket and I see lined
perfectly on the shelves
the glorious work of millions.

And I imagine these people must
have mothers and brothers
and children to feed just like
my parents work to feed
me, so we’re really all the same:
I’m part of their family
because they help feed me
and when I eat I help feed them
and so we are all, unsuspectingly,
united by livelihood and food.

Friday, May 7, 2010

Below the Belt

Among other things, Buenos Aires is surely the lingerie capital of the world. Walking down Avenida Santa Fe, I'm sure to find at least one lencería per block, sometimes more. The majority have the same basic layout—two display windows exhibiting their selection, with a passageway in between that leads to a small intimate shop—and in every lencería I pass by I'll almost always see a couple customers on the other end of the passageway, or a woman stopped to peruse the offering at one of the two display windows. Clearly, there is a lot of demand for lingerie here.

If, for some reason, you can't make out the duo display window floor plan too well—say, you're on a bus—then at the very least you can't miss the large billboards of beautiful women reposing in lingerie that sometimes hang above the shops:



Seeing these billboards, I can't help but feel that they're exploiting my natural instincts. I find myself feeling just a little more carnal, slightly more lustful. It becomes more difficult to not think of women as objects, or to control all the other thoughts I know I should control, not only because they're undignified but also because they're irresponsible. For some unfortunate evolutionary reason, we men ended up physically stronger—and like all power, that extra strength demands extra care and caution in how we think. This marketing, however, isn't helping: it's a punch below the belt, in more ways than one.

In the Kitchen











The stew is confused
and the pilaf is blushing
my stove won't acknowledge me
and the vegetables are hiding
in a corner of the refrigerator.
The pots and pans are calling for medical treatment
and all our hungry stomachs are calling for our heads.

But it's OK — there's still the cake
and the cake is just right.